Vino Tinto

El balance de los vinos de la Ribera del Duero

Vinos que se sincronizan con el transcurrir del tiempo entre los hombres y los ciclos de la vida en la naturaleza y el cosmos. Beberlos es un privilegio

POR RODRIGO LLANES

La vid de tempranillo es una planta que se adapta a condiciones climáticas extremas y a tierras yermas. Estas son las características de la región de Castilla y León, cuyos suelos fueron sembrados con esta vid en la zona vinícola de Ribera del Duero y a la que llaman tinta del país o tinta fina.

Desde hace décadas las familias viticultoras se han esmerado en conseguir mejores cosechas cada vez. El suyo es el vino de mérito, el que da gusto y orgullo beberlo, pues proviene de su trabajo con las vides. Por lo tanto, las familias pueden presumir los vinos de sus bodegas a los que se dedican en cuerpo y alma durante la labranza. Cada miembro del clan colabora en uno de los procesos de la viticultura. Ayuntando la tierra, podando los sarmientos, vendimiando la uva, o transformándola en vino.

Hoy en día los vinos de Cosecha de Ribera del Duero se embotellan unos meses después de la vendimia, otorgándonos vinos muy frutales y frescos. También se maduran unos meses en barrica para darle un poco del sabor particular de los grandes vinos. Pero para seguir las normas de clasificación de la Denominación de origen como Crianza, Reserva o Gran Reserva, los vinos se guardan en toneles por más de un dieciocho meses y más.

UN POCO DE HISTORIA

Esta tradición proviene de tiempos antiguos, cuando no se sabía si el año siguiente se contaría con el favor de una buena cosecha que alcanzara para alimentar a todos. Y las notas de cata de los vinos criados en Ribera del Duero están estrechamente vinculados a la historia personal de sus productores. Si el vino del año se bebía en la primavera siguiente, este recordaba al sabor jugoso y carnoso de los racimos de uvas antes de la vendimia. Conforme avanzaba el año, el vino desprendía un aroma a leño seco, y su sabor era muy reconfortante sobre todo en los meses de la nueva vendimia, en que todos regresaban a casa muy cansados por las faenas en la viña. Llegado el frío invernal, las familias se reunían en las modestas cocinas para aprovechar el calor del fogón y el caldero del puchero. La baja temperatura enfriaba el vino e impedía disfrutar de los sabores y aromas a los que estaban acostumbrados meses atrás. Se bebía y en general se percibía un sabor seco y astringente que desconcertaba a la mayoría. Eran las personas mayores quienes apreciaban este vino, que paladeaban a lo largo del toda una tarde con total parsimonia. Reposaban el vaso en sus manos para conferirle un poco de calor que abría los aromas. Entonces aparecían los olores al humo de la leña ardiendo, tostado como el de las castañas que algunas mujeres asaban al fuego. Venían a la memoria los aromas de recuerdos sensoriales de una vida dedicada a labrar la tierra. El aroma a hojarasca pisada de los bosques, a la tierra humedecida con las primeras gotas de lluvia, a la misma tierra mojada con el deshielo de los últimos días del invierno, incluso a la sangre de un chuletón de res asado y a la cecina ahumada que llevaban como almuerzo en su zurrón a la viña. Algunos conservaban los restos de estos caldos para beberlos nuevamente en el invierno siguiente, si Dios prestaba vida. En esos vinos viejos, el misterio del recuerdo era todavía más poderoso. Al beberlos, las evocaciones sensoriales se transformaban para pasar a la memoria de las vivencias del catador: la pimienta y la canela del mercado de Valladolid que una vez habían visitado. El cuero de la cantimplora escurrida de vino cuando de niño acompañaban a su padre por la viña trepados en un burro. El día en que habían rozado la mano de esa muchacha al coger un mismo racimo de uvas en la viña, y que se habían sentado a compartirlo en un momento de descanso. Las pasas de un sarmiento caído semanas atrás, descubierto la mañana de San Juan. El sabor del vino bebido el día del funeral de su padre. El retrogusto a vino en la hostia de la última misa del domingo de ramos, apenas pasado meses atrás.

Desde ese entonces, el vino de la Ribera del Duero se sincroniza con el transcurrir del tiempo entre los hombres y los ciclos de la vida en la naturaleza y el cosmos. Hoy en día tienen un balance perfecto entre tradición y vanguardia. Beberlo es un privilegio que no podemos perdernos.

¡Salud!

Rodrigo Llanes es chef e historiador. Actualmente dirige la Escuela de Oficios Gastronómicos del Goloso Mestizo y de la incubadora de empresas gastronómicas Cooking Impact en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Es autor de varios libros y articulista en varios medios digitales e impresos. En 2017 creó el proyecto Los 300 platos de Moctezuma, en el que junto a un colectivo de chefs, diseñadores e investigadores rescataron la forma ancestral de comer del emperador azteca.

 

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