Pozole

La visión mexica y el pozole de los chingones

Un platillo mexicano que encierra un significado especial en la historia de la cocina, en la que detrás de una receta hay toda una forma de ver la vida

POR RODRIGO LLANES/FOTOS BERTHA HERRERA

 

A los mexicanos nos encanta el pozole. ¡Bendita sopa de maíz cacahuazintle con carne, rábano, cebolla, lechuga, orégano y tostadas!. Es sin duda una de las delicias de la cocina del pueblo del sol que comemos en distintas fiestas y por puro gusto. Hay regiones pozoleras que dotan a la receta de su sabor especial que lo tiñe de colores: verde, blanco, rojo… Y el tipo de carne que se usa para cada receta también forma parte de su nombre: pozole de puerco, de pollo, de pescado, de cachete, de cabeza, de maciza… Y en medio de sus ingredientes y las formas de prepararlo se encierra una historia antigua que nos refiere la forma mexica de prepararlo y que incluía la carne humana como parte esencial de la receta.

¿Por qué matar a un hermano, a un hijo, a un sobrino?. ¿Por qué comerlo?. ¿Por qué disolverlo de la faz de la tierra engulléndolo en sus pequeños trozos que pasan por nuestra boca y esófago junto a los granos gordos de maíz y el caldo bien caliente?. ¿Por qué existen todavía los pozoleros que hoy en día disuelven los restos de sus “enemigos” en tambos de ácido?.

Aquí te va la forma de cocinar un pozole mexica bien chingón. Primero vete a partir la madre con otros weyes para demostrar que tu eres de los chingones. ¡A huevo!. Agarra a un cabrón y tráetelo pa acá. Primero hay que darle la buena vida. Que se sienta honrado por nosotros: buena comida, bebida, lugar chingón, placeres de a madre. Y lo vistes chido para presumirlo entre todos. “¡Sí señor! ¡No señor!” Así hay que hablarle, para que agarre confianza. Le dices que lo escogiste entre todos los demás por ser muy salsa. ¡Vas a ver cómo se hincha el pavo!. El cabrón te va a presumir el pecho y hasta sus nalgas. “¡Si señor!. ¡No señor!” síguele diciendo. Apláudele. Cuando diga tonterías díselo, pero sin que se sienta tonto, como si lo convencieras de que decir tonterías es chingón. Y ahí lo vas a tener: inflamándose, va a estar sintiéndose el rey de la colina.

Y un día le dices: “ahora sí señor, usted va pa arriba, súbale al templo, y aquí nosotros lo acompañamos”. Así que órale, le cuidas las espaldas mientras sube por los escaloncitos y que no voltee para que no se maree y se nos vaya a poner pendejo. Y cuando lleguen arriba pues que lo reciban con música y que el fuego esté encendido y voltee a ver a toda la raza abajo emocionada. Y lo llenas de incienso.

Y pues lo reposas en la gran roca, que sienta lo que es estar en la grande. Dile que ponga el corazón para que con valor te muestre el pecho. “¡Este soy yo, yo vengo aquí a ofrecer mi corazón!”. Y ahí ya chingó a su madre.

Pues que tus compinches le agarren las manos y las piernas y sacas el pedernal y ¡bolas!. Le pegas un madrazo entre las costillas y va a chorrear sangre. Y mientras todos ven asombrados ustedes gritan: “¡Lo hicimos, lo logramos, sí se pudo, mañana volverá a amanecer, tranquilos!” y pues lentamente le sacas la tuna roja de entre el esternón y las costillas del sur.

Y luego pa´abajo. Tira el cuerpo, que ruede por las escaleras. Ya abajo échatelo al lomo y llévalo a la casa con la banda. Todos te van a felicitar. Y venga, a hervir el agua en la olla grande. Y que pongan maíz gordo, seco y reventado a cocer. Y con una hacha corta las piezas: pies, pantorrillas, muslos, brazos, pecho, espalda…

Ya cocidito, a desmenuzar la carne, y como va a ser mucha pues una parte para tamales y la otra con el caldo.

El pozole de “otro” se disfruta ardiente y picoso. Se engulle a sorbos de caldo con trompicones de maíz y carne victimaria. La sazón surge de la cocción lenta que incluye los huesos en la olla. Sabe a victoria, a “este wey valió madres, qué bueno que no fui yo,” a “pinche daño colateral,” a “la vida es una ruleta donde apostamos todos, y a ti te tocó perder…”

¿Será que después de la conquista se extinguió el violento gusto de comernos los unos a los otros?, ¿desapareció la violencia de los guerreros del sol que emulaban al dios del sol que quema y destruye, que da y quita?. ¡Desde luego que no!. Pues los guerreros que llegaron allende el mar del oriente aprendieron muy pronto a tragarse a los otros, a chingarse a los demás.

En el complejo entramado de nuestra cultura siempre destaca el culto al chingón, al favorito de Tezcatlipoca. Al que agandalla y no batalla. Ese poderoso guerrero que alimenta nuestro miedo a la calamidad, pero que también nos indigna y nos admira. ¡Ah si tuviéramos su poder, su chingonería!. No podríamos vivir en México sin uno o más chingones.

 

Chef e historiador Rodrigo Llanes

Rodrigo Llanes es chef e historiador. Actualmente dirige la Escuela de Oficios Gastronómicos del Goloso Mestizo y de la incubadora de empresas gastronómicas Cooking Impact en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Es autor de varios libros y articulista en varios medios digitales e impresos. En 2017 creó el proyecto Los 300 platos de Moctezuma, en el que junto a un colectivo de chefs, diseñadores e investigadores rescataron la forma ancestral de comer del emperador azteca.

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