Ostiones

Cuaresma mexicana, pecados, mariscos, erotismo

Formas, sabores, reflexiones de la comida del mar que despiertan pensamientos sensuales acerca de la gastronomía de esta temporada. Por el chef Rodrigo Llanes

Fotos Bertha Herrera

La cuaresma es el banquete de penitencia con la carne blanca y pura de los peces. Las redes se agitan, los pequeños animales sucumben. Su muerte honra y alimenta a los dioses. Ahí junto a Iztacalco la casa de la sal, está el gran mercado de la Viga. Redes y redes llenas llegan ahí. Así como llegan los clientes que es hervidero de gente. Se frota la piel de los lomos de los peces y brotan las escamas que brillan cual centellas en el suelo negro. Los cuchillos abren las entrañas, surcan la carne blanca, la despojan del retazo de huesos. Se blanden con acierto, devastan trozos que son destajados hasta lograr rebanadas finas de carne blanca. La cabeza, con los dos ojos brillantes y las fauces abiertas, se revienta de un tajo en dos y va a parar a la charola de los huesos que muchos compran para hacer sopa y caldo y así quitarse el hambre y la sed. Mientras que otros, agobiados por el calor, comen la carne cruda y fría del pescado y de los camarones en ceviche. Y desesperados abren las almejas para engullirlas de un bocado con el grano de sal y la galleta seca que recuerda al poderoso calor.

Este es el mercado del estío. Que ve llenarse sus pasillos rigurosamente en los días de la comida sagrada. La comida que permite Dios cuando perdona culpas y fechorías. Aquí solo huele a sal y a podredumbre. Y todos vienen una y otra vez a llenar sus bolsas de carne blanca y bendita para hacer penitencia con la barriga. Porque todos quieren que más tarde llegue el agua de lluvia y haga crecer los campos, pero como eso no sucede entonces comen las carnes de los peces y los animales de la laguna y los mares. Y los pescadores ofrecen el sacrificio de las bestias mientras que los clientes pagan por llenar sus cestas con la carne blanca del perdón.

¡Ay cómo se llora con la culpa!. ¿Cómo no pecar?. El mundo está hecho para pecar. Nuestro cuerpo es más poderoso que todo. Y desde niños comemos la carne blanca de los penitentes. Y probamos la cucharada de ceviche crudo y no resistimos su sabor. Nos lastima su consistencia, lloramos y nos regañan. Le agregamos limón pero ni así. Luego nos dan el pescado hervido que no podemos ni tragar. Y a penas empanizado lo toleramos.

Y crecemos y nuestro cuerpo despierta a nuevas necesidades. Y por donde meamos sentimos placer. Uno que es fuerte, que es intenso y nos pone muy tensos. Y solo podemos pensar en satisfacernos. Y cuando vuelve el tiempo de la carne pura y blanca aprendemos que Dios juega con nosotros. Pues nos ve pecar y luego nos ayuda a remediarlo con la comida pura. Y así nos engullimos el ceviche de pescado crudo, de camarón, nos comemos las almejas con limón y salsa. Y le vamos agarrando gusto porque ya aprendimos que podemos pecar y luego pagar.

Y así vamos por la vida entre el placer y la penitencia. Comenzamos descubriendo nuestro cuerpo: lo tocamos, lo acariciamos, lo frotamos, lo estimulamos, nos agitamos, sudamos, nos mojamos y nuestra imaginación vuela, nos adormece y soñamos con él, con ella, con que la acariciamos y la frotamos.

Y se siente bonito pero dicen que es pecado. Pero no puedo dejar de hacerlo. Cada vez pienso en más cosas y necesito tocarme. Porque las cosas no salen como quiero y ni me pelan, ni me hacen caso. Y él es un tonto que no entiende nada. Y no hay remedio. Pero luego pienso, imagino, me acuerdo de algo y me acaricio y todo vuelve a ser perfecto porque siento rico.

¿Qué es pecado?. ¡Pues me como el pescado!. Si, así solo, hervido, con limón y sal. ¿Y si mejor vamos al mercado y comemos mojarra?. Esa me la como con los dedos para desmenuzar la carme y cuidarme de las espinas. Y como está húmeda, calientita, suavecita, me recuerda cuando me toco en la vagina.

¿Y puedo mejor comer una empanada?. ¡Sí, de esas!. La masa la extiende la muchacha paloteándola con un rodillo. Y se mueve atrás y adelante y por entre el mandil veo que está su cuerpo y se esconden sus senos y el amarre le cuelga por las nalgas que su pantalón deja ver bien apretadas. “¿Me haces una de pescado por favor?”. Y mete el pescado blanco y desmenuzado y luego cierra la empanada con sus dedos. Y está sudando por entre los cabellos y su cuello se ve brilloso. ¿Su sostén estará mojado?. ¿Y sus calzones?. Y entonces sumerge la empanada en el aceite hirviendo y la veo envuelta en burbujas que salen de la masa que se crece. Y luego la sacan y la escurren y ya está dorada como la piel de la muchacha. Y me apresuro a comérmela viendo cómo ella sigue haciendo empanadas y me quemo con el vapor del pescado que sale. “¿Tiene salsa?” le pregunto. “Sí, ahí hay salsas”. Y pruebo la macha, la bruja, la cátsup, la Valentina. ¡Puras mujeres!. ¿Y si las probara todas?. “¿Ya acabaste?” me despierta mi mamá. “¿Puedo pedir otra?” le pregunto. “Sí, pero apúrate. Que ya nos tenemos que ir.” Y así vuelvo a empezar. “¿Me hace una de pescado?” Hasta que me vuelvo a quemar con la empanada caliente que como con todas las salsas.

Hasta que un día despertamos del sueño y este se hace realidad: y por fin nuestros labios besan otros labios y acariciamos los brazos y la espalda ancha y tocamos las tetas detrás del sostén. Y siguiendo el instinto nuestro pene y nuestra vagina se encuentran por primera vez. Y aprendemos a sentir con el otro. Y sentimos más rico porque ahora descubrimos el cuerpo del otro al tiempo que descubren el nuestro.

Pero todo se complica “¿cuándo nos vemos?, ¿cuándo puedes?, ¿qué tienes?, ¿qué te pasa?, ¿y qué va a pasar con nosotros?, ¡no te pongas así!, ¡ándale chiquita, ven!, ¿a quién viste?, ¿en quién estás pensando?”. Y resulta que ahora también estamos en pecado.

Y regresamos a la Viga, al mercado de la penitencia, de los pescados y mariscos. Pero ahora vemos la oferta de los puestos con otros ojos: los ostiones y las almejas chocolatas que se abren con cuchillo y dejan ver el suave molusco que se retuerce cuando le chorreamos el jugo de limón exprimido y caen las gotas de salsa bruja y que se posa en nuestra boca al resbalarse por la concha gracias al jugo del mar. Y en nuestra lengua se siente como el clítoris que ya hemos probado con nustros cachetes pegados a los muslos de una mujer.

¡Oh Dios solo tú perdonas!. Perdóname en cuaresma cuando por mi boca entre el pez para purificar mi entraña y salvar mi alma. ¡Perdóname, dame paz!. Pero que esta venga después de ir a Acapulco donde todos bailamos y gozamos. Cuando nuestro deseo quede exhausto de tanta complacencia, entonces perdóname. Pero no antes de mis vacaciones en la playa.

Chef e historiador Rodrigo Llanes

Rodrigo Llanes es chef e historiador. Actualmente dirige la Escuela de Oficios Gastronómicos del Goloso Mestizo y de la incubadora de empresas gastronómicas Cooking Impact en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Es autor de varios libros y articulista en varios medios digitales e impresos. En 2017 creó el proyecto Los 300 platos de Moctezuma, en el que junto a un colectivo de chefs, diseñadores e investigadores rescataron la forma ancestral de comer del emperador azteca.

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